El
capitalismo es el nombre dado a un modelo económico de crecimiento donde la
propiedad del capital es privada. Ha sido el motor del gigantesco desarrollo de
la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial ,
probando ser un sistema económico que funciona exitosamente para producir y
distribuir enormes cantidades y variedades de bienes y servicios. Sin embargo,
el capital privado tiende a concentrarse y acumularse, llegando a adquirir un
poder excesivo que avasalla el poder político, mientras su ética se basa en el
egoísmo, contraponiéndose al hecho antropológico que subraya la solidaridad.
Patricio Valdés Marín
Capitalismo es el nombre dado a un sistema económico
donde la propiedad del capital, que es uno de los factores de la producción, es
privada. Los capitalistas son los poseedores del capital y conforman una clase
social conocida como burguesía. El moderno neologismo “neoliberal” indica que
es el Estado el que promueve activamente este orden económico-social. Es
ampliamente reconocido que esta economía ha sido el motor del gigantesco
desarrollo de la economía que caracteriza nuestra época desde la Revolución Industrial,
probando que funciona exitosamente para crear, producir y distribuir enormes
cantidades y variedades de bienes y servicios. A pesar de que la economía
capitalista se ha ido desarrollando desde mucho antes de 1776, cuando Adam
Smith (1723-1790) publicó La riqueza de
las naciones, con la caída del muro de Berlín y el término de la Guerra fría ella ha ido
extendiéndose por todo el mundo.
El éxito del capitalismo es debido a que ha aumentado
la riqueza, generado más productos, aumentado el empleo, expandido los mercados
y, en no menor medida, publicitado este éxito, como nunca había ocurrido en
toda la historia humana. El capitalismo ha sido el motor para mover los
capitales que gestan nuevas tecnologías, establecen empresas más dinámicas,
reclutan mano de obra productiva, capacitan trabajadores, explotan nuevos
recursos y generan mayores mercados. Este brillo del capitalismo ha
beneficiado, en contra de los pronósticos socialistas, a grandes masas de
trabajadores que usufructúan de beneficios como nunca sus más enconados
adversarios creyeron posible. No obstante ocultar la miseria en la que la mayor
parte de los seres humanos se encuentra sumida por no ser suficientemente
productivos ni asimilar su ética, les da la esperanza de participar algún día
de aquél si logran ser incorporados a las legiones de trabajadores y
empresarios. En el pasado se quedaron las críticas que ponían el dedo en la
deshumanizada llaga del capitalismo, acalladas por el fracaso de los sistemas
alternativos, y opacadas por su enorme dinamismo interno.
Sin embargo, en contra de este brillante éxito, las
críticas al capitalismo se han ido apilando desde sus inicios y ha provenido de
diversos cuarteles. No quiere esto decir que sin capitalismo los problemas
humanos quedarían superados.
Privatización,
acumulación y concentración del capitalismo
En el curso de la historia de la economía capitalista
se han observado tres fenómenos: la privatización, la acumulación y la
concentración del capital. Por una parte, en las últimas décadas, el capital se
ha hecho mayoritariamente privado. La ideología neoliberal ha supuesto que la
empresa privada es más eficiente que la empresa estatal. Explica que una
inversión con capital público resulta menos rentable y competitivo que si el
capital fuera privado, pues el interés colectivo tiende al bien común, en tanto
el interés privado buscará el mayor beneficio posible. En segundo lugar, la
acumulación de capital, que se había venido ocurriendo sostenidamente desde la
aparición de la agricultura y el pastoreo, en la actualidad es exponencial y ha
llegado a niveles nunca antes alcanzados; y ahora se ha venido acelerando a
falta de guerras y catástrofes y a causa de las garantías conseguidas de parte
de la legislación de los países para aminorar los riesgos de su inversión.
Tercero, la competencia y la necesidad por ser más competitivo ha tendido a que
el capital se haya concentrado a tal punto que unos cuantos grandes
capitalistas poseen la mitad de la propiedad del mundo.
Considerando el trabajo en la perspectiva del
capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene
directamente con el propio esfuerzo en su producción, como Locke hubiera
supuesto, y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular
arriesga no poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de
supervivencia. Para el capitalismo, las funciones del trabajo no son
precisamente la identificación del trabajador con su actividad, ni su
asociación con otros seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su
dignificación mediante su trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir
desempeñar una actividad útil y apreciar su producto. Puesto que estas
valoraciones, propias de las antiguas artesanías, no maximizan el beneficio del
capital, no les son útiles. En cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo
es un desmesurado salario a cambio de ineficiencia y poca productividad.
Además, algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son benefactores
sociales cuando suponen que el capital da trabajo. Esta idea sería verdadera si
el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho
natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la
que también pertenecen los trabajadores, siendo más que todo un privilegio que
un derecho natural.
Una explicación acerca del origen del capital se puede
encontrar cuando se incorporan los mercados a la discusión, no como una única
entidad abstracta, sino que como entidades concretas y plurales. Los mercados
son naturalmente desequilibrados. Además sus equilibrios son distintos entre
aquellos que tienen el mismo nicho económico. Es posible que en un mercado
particular pudiera existir equilibrio, y entonces por cada unidad ofertada
habría una unidad demandada, con lo cual el precio alcanzado sería exactamente
el costo que requirió producirla. Pero en el conjunto de los mercados existen
espléndidas oportunidades tanto para quien compra como para quien vende.
De hecho, un buen comerciante es aquél que compra
mercancías en un mercado de mucha oferta y las vende en otro mercado de mucha
demanda, siendo lógicamente la distancia entre ambos mercados ya sea espacial o
temporal. El capitalismo, para sacar una mayor ventaja de la transacción
comercial, desequilibra aún más la natural imperfección del mercado cuando
monopoliza uno de los términos de la transacción (o la oferta o la demanda), o
induce un modo de comportamiento adecuado del término opuesto mediante la
publicidad. Las utilidades generadas incrementan sustancialmente el capital inicial.
También, el capital proviene de situaciones más
fortuitas que las oportunidades que se producen corrientemente en los mercados.
El descubrimiento de una mina de oro, la invención de una tecnología, la
creación de una obra de arte y la posterior especulación de su valor, el paso
de una nueva carretera por la cercanía de un terreno, la habilitación de
terrenos al cultivo son ejemplos de obtención de riquezas que constituyen
capital. En fin, la energía contenida en los recursos naturales es una de las
principales fuentes del capital; y quien posee la tecnología apropiada, el
capital para explotarlas y los derechos de explotación, queda en condiciones
muy favorables para acumular capital. En este sentido, el capital es la
posesión de estructuras muy energéticas que pueden ser utilizadas para producir
riquezas o que son riquezas en sí mismas.
Por su parte, en una economía capitalista la
concentración del capital surge por la necesidad de ser más competitivo,
induciendo el crecimiento de la empresa para ocupar todo el nicho de mercado
posible, la diversificación de sus productos y la intensidad de capital para
ahorrar en trabajo. También se produce naturalmente debido al enorme poder que
su posesión trae aparejada, incluido el militar. No es necesario buscar explicaciones
en las crisis económicas. Por el contrario, la acumulación mayor ocurre en
ausencia de crisis, en especial bélicas. Simplemente, el poder del capital es
tan grande que puede hasta determinar el beneficio que le corresponde.
La
ideología liberal
El capitalismo desarrolló una ideología, la liberal,
cuyo origen se encuentra en la filosofía positivista inglesa. Ésta se puede
resumir en las siguientes proposiciones: Primero, el ser humano es un individuo
egoísta que tiene por finalidad perseguir ciegamente su propia felicidad,
concebida como gozo, omitiendo su disposición solidaria. Segundo, para
conseguir este objetivo, debe afanarse en producir riqueza material, que es lo
único que puede satisfacer todas sus necesidades humanas; así, el planeta Tierra
debe sostener multitudes millonarias trabajando de sol a sol,
disciplinadamente, con creciente tecnología y productividad, a costa de sus
limitados recursos. Tercero, en este afán egoísta, se consigue supuestamente,
como subproducto secundario y políticamente deseable, el interés general, el
que proviene por rebalse de la sobreabundancia de una minoría; el afán de lucro
es tan antiguo como la historia, lo nuevo a partir de Adam Smith es el
pensamiento que sostiene que a través de este afán individual es posible
alcanzar el bienestar social y la felicidad de todos; lo original fue sostener
que a través de la acción de fuerzas puramente egoístas y centrípetas dentro de
un orden espontáneo, pero enmarcadas por las leyes del mercado, se obtiene el
mayor beneficio económico posible para la mayoría, generando enormes riquezas
para la satisfacción de las necesidades de todos. Cuarto, lo anterior implica
que todo (incluido las personas) es una mercancía (tiene dueño y es útil) que
se transa en un libre mercado. Quinto, subrayando el principio de
subsidiariedad, la propiedad de los medios de producción, incluyendo el
capital, debe ser privada, pues se conjetura que al ojo del amo engorda el
caballo y el Estado, sujeto a intereses partidarios, es un mal empresario.
Sexto, el capitalista invierte siempre calculando conseguir el máximo de
beneficio, con el mínimo de riesgo, y en el menor plazo posible. Séptimo,
aquello que hace digno al ser humano es el libre emprendimiento, sin considerar
que se emprende libremente a costa del trabajo obligado y mal remunerado de la
inmensa mayoría.
El pensamiento liberal acerca de cómo se produce el
crecimiento económico, que es la clave del bienestar social, contradecía
radicalmente al mercantilismo y se apartaba de la imagen de relacionar la
economía con riquezas, privilegios y puramente comercio. Había vinculado el
comercio con la producción y el capital invertido en producir. El crecimiento
económico se potencia a través de la división del trabajo, que se profundiza a
medida que se amplía la extensión de los mercados y la especialización. Infirió
que los individuos en el mercado, actuando según su propio interés, consiguen
una asignación mucho más eficaz de los recursos productivos que cualquier
intervención del Estado. El mercado, que se rige por leyes propias, autónomas e
invisibles, a través de la oferta y la demanda allí generadas, induce o inhibe
a los productores a producir o no determinados productos y en determinadas
cantidades. De este modo, a través de la oferta y la demanda de productos que
se transan en el mercado, se determina el valor relativo para los mismos,
entregando además una señal sobre la conveniencia o inconveniencia de
producirlos o consumirlos. Además Smith dedujo que el mercado llega al
equilibrio económico, es decir, cuando la oferta se iguala a la demanda, sin
necesidad de que el Estado intervenga. Este pensamiento conformó el fundamento
del pensamiento económico liberal e instaló a Smith como padre de la economía
política contemporánea.
En contra de la ideología liberal del individualismo se
puede afirmar que no responde a los hechos antropológicos. En primer lugar, el
ser humano es una criatura que, como todo ser viviente, está tras su propia
supervivencia y reproducción, pero, como homo
sapiens, es una criatura que ha evolucionado genéticamente a lo largo de
centenas de miles de años por el esfuerzo colectivo y comunitario, siendo su
psicología social, no individualista, sino que principalmente cooperadora y
solidaria. Adicionalmente, su condición de sapiens le permite proyectar
intencionalmente su vida, más que a la pura satisfacción de sus necesidades
inmediatas, hacia incluso la posibilidad de lo transcendente, lo que lo hace un
ser eminentemente moral. Puesto que la naturaleza humana no se explica únicamente
por el egoísmo, sino que también por la solidaridad, el capitalismo tiene,
ideológicamente hablando, una enorme contradicción. Quienes lo defienden desde
esta perspectiva son personajes que tienen más intereses personales que
proteger que excedentes que regalar. Lo que realmente ha ocurrido es que se ha
forzado a sostener, mediante una ideología persistente y poderosa, que las
fuerzas centrípetas del individuo producen indirectamente un encuentro
solidario de fuerzas centrífugas que se juntan en virtud del mercado. El
liberalismo es la ideología del egoísmo y de un individualismo que desvaloriza
lo social y la democracia.
Tal es su poder que la burguesía llega a elaborar
ideologías que ensalzan el sistema económico capitalista y la difunden a través
de los medios de comunicación social de los que ella es propietaria en su
mayoría. Impone los mitos que todos llegamos a aceptar como verdaderos: el
crecimiento económico como finalidad de la acción política, la autorrealización
como propósito de la acción personal, el gozo como objetivo de la existencia
individual, el dinero como condición de la felicidad, la participación en el
mercado como la expresión de la libertad, y la iniciativa privada como su
expresión máxima, mientras el gran capital se apodera del mundo.
Asimismo, a través de la propaganda electoral la
burguesía logra mayorías representativas más allá de sus números. El efecto de
la interacción política-capital es doble: la propiedad privada del capital es
celosamente protegida por el poder político, poder que el mismo capital
contribuye a establecer y controlar; segundo, el capital, que tiende a
concentrarse generando las enormes diferencias económicas entre los individuos,
produce recíprocamente el dominio de muchos por pocos en muchos ámbitos de la
vida, además del económico.
La ética humanista critica al capitalismo por su ética
que se basa en el egoísmo y la codicia, contraponiéndose al hecho antropológico
que subraya relaciones sociales más equitativas y cooperadoras y por ser la antítesis
de la solidaridad y la igualdad natural e ideal de los seres humanos. Ha
elevado el pecado capital de la codicia a la categoría de una virtud cardinal,
comparable a la virtud teologal de la caridad. El humanismo afirma que la
economía capitalista deshumaniza la estructura social al interponer el dinero
como principal vínculo en las relaciones humanas. Origina individuos egoístas
al enfatizar el lucro individual como motor y fin de la actividad humana.
Impone el valor de la competencia individualista a nuestra natural psicología
de cooperación social. Trastoca el carácter de creatividad y contribución del
trabajo por mera mercancía impersonal. Genera un consumismo y un exitismo
desenfrenado. Propone modelos para el deber ser que son estereotipos irreales e
irrealizables, provocando angustias generalizadas.
Adicionalmente reprocha al capitalismo porque se
sustenta en un aspecto limitado de la múltiple funcionalidad del ser humano (el
egoísmo y la codicia) y deja la función altruista y solidaria sin expresión
posible y limitada al estrecho ámbito de las relaciones familiares y la
filantropía. El problema de este desequilibrio de tendencias individuales tiene
no sólo graves repercusiones psicológicas, sino también los tiene sobre la
estabilidad social. La ideología capitalista siempre repugnará a la conciencia
solidaria que sostiene que la subsistencia social depende de la acción
altruista y que cualquier otra cosa es la legitimación del abuso y el
privilegio. Incluso muchos humanistas preferirían una sociedad más solidaria
que rica y poderosa.
El
neoliberalismo
El neoliberalismo se basa idealmente en el concepto de
la “libertad para elegir”. Tal es precisamente el título de uno de los libros
(1980) más populares de unos de los propulsores principales de esta ideología,
Milton Friedman (1912-2006). El neoliberalismo supone que el individuo es libre
porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad para actuar o
no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir entre
una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. La libertad es una
capacidad que tendría el ser humano para optar por alternativas. Precisamente,
dicha capacidad la pueden ejercer además todos los organismos vivientes con
sistema nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos
la determinación de la voluntad de Hume por la concepción de Thomas Hobbes
(1588-1679) de una pasión que instrumentaliza la razón para conseguir la
autosatisfacción, llegamos al hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de
felicidad.
Siguiendo con esta capacidad, como mejor se expresa el
neoliberalismo es en la economía, y así Friedman sostiene que la libertad se
puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. De este modo es posible la
coexistencia del libre mercado con una política autoritaria, donde la libertad
humana se vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado. La
ideología neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias
económicas. Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su
disponibilidad de efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su
propia fuerza de trabajo, según las leyes del mercado. La libertad económica ha
suplantado la libertad política, que es exclusivamente humana. Las condiciones
que posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser
alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.
En contra del concepto unívoco y minimalista de
‘libertad’ del neoliberalismo, ésta no es únicamente un asunto de elección
entre productos que ofrece el mercado. La acción humana es libre en cuanto se
dan dos factores: primero, la existencia de una deliberación razonada antes de
la acción que determina la voluntad, independiente de compulsiones, como
aquellas inducidas por la publicidad; segundo, la existencia de condiciones
objetivas para llevarla a cabo. La teoría republicana realizó una verdadera
revolución en la práctica política al erigir a la persona y su acción libre
como la razón de ser de la acción política, y que se resume en dos aspectos: 1º
el reconocimiento y la defensa de los derechos de las personas y 2º la acción
política para determinar y alcanzar el bien común o el interés general.
Anteriormente, la acción política del monarca se desenvolvía gravosa y
autoritariamente en los amplios espacios que permitían los derechos de pueblos
y estamentos particulares. Actualmente, el Estado neoliberal percibe en los
ciudadanos su capacidad para actuar libremente sólo en el ámbito del mercado,
cuando la ley no lo prohíbe y cuando hay elecciones.
Además, por el imperativo de la empresa libre y su
interés particular un régimen neoliberal necesita debilitar la participación
ciudadana en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún
más desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda
reducida a votar por el candidato impuesto por la clase política. La democracia
neoliberal adquiere a una estructura puramente formal, y no logra ser el
gobierno del pueblo. Supone que todas las posibles relaciones humanas se
reducen al intercambio mercantilista y transaccional. Así, el trabajador y el
empleador intercambian trabajo por salario, el productor y el consumidor
intercambian producto por dinero, el médico y el paciente intercambian salud
por honorarios, incluso los esposos intercambian amor por protección.
El neoliberalismo adhiere a la ideología del
individualismo, que expresa que el individuo existe para sí mismo,
independientemente del grupo social, y el Estado no puede interferir con su
acción. Esta ideología surgió de la tendencia exagerada a suponer que la
identidad consigo misma es igual a ser objeto de su propia actividad. Por ella
se sostiene que la psicología de los individuos está hecha para perseguir su
propio bienestar e interés particular, sin reparar necesariamente en el interés
general ni en la acción colectiva hacia cada uno. Más bien, Adam Smith supuso
que existe una relación causal entre el afán de lucro individual y su efecto en
el bienestar colectivo si se deja que las leyes del mercado operen libremente.
El individualismo es en realidad una abstracción de la naturaleza de la persona
para explicar, según las escuelas inglesas de pensamiento –empirismo,
positivismo y utilitarismo–, la relación entre los seres humanos y la de éstos
con las estructuras social y política. Naturalmente, al ser una abstracción, se
omite la complejidad del ser humano.
La idea individualista de que el objetivo de la acción
individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la
solidaridad, la equidad y la cooperación. Aquella idea está detrás de la
práctica política de la no participación ciudadana, concibiéndose como
suficiente la representación de los intereses individuales y la participación
en el mercado. El hecho antropológico es duro y son los cientos de miles de
años de vida tribal que han impreso indeleblemente en nuestro genoma la
solidaridad y la participación en la sociedad. Este hecho ha permitido al ser
humano ser la especie más exitosa del planeta. La república es el régimen
político que hace suya estas características antropológicas cuando la tribu
deviene en nación.
El neoliberalismo quisiera, en cambio, que las
funciones del Estado se redujeran a administrar eficientemente la macroeconomía
y a mantener los servicios públicos mínimos, como el judicial y el policial, de
modo que permitiera la estabilidad económica que posibilite la máxima seguridad
para los negocios. No desearía que el Estado se responsabilice por generar las
condiciones que permitan a todos los individuos tener las mismas oportunidades,
sino que aspira más bien a que tenga la suficiente autoridad para imponer
disciplina a quienes pudieran obstaculizar el libre mercado, pues para aquél
éste es la fuente de todas las oportunidades. A diferencia del antiguo
liberalismo, que se fundaba en la libertad individual y en el autogobierno de
cada individuo, exigiendo plenas libertades políticas, el neoliberalismo anhela
que el Estado posibilite al máximo las libertades económicas y limite
recíprocamente a un mínimo las libertades civiles, como si el individuo fuera
sólo un ser que busca satisfacer sus apetitos más elementales, aunque sean
infinitamente variados. En el fondo, constatando las enormes diferencias de
posesión que existen en la población, el neoliberalismo está más preocupado por
la protección de la propiedad privada y teme que los desposeídos se rebelen.
El problema se suscita cuando el capitalismo inherente
al neoliberalismo, y no el mercado, determina la desigual proporción en que la
torta se reparte, siendo el capital el más beneficiado. El problema ocurre cuando
sólo al puñado de grandes capitalistas la globalización, que borra las
fronteras nacionales, les ofrece la posibilidad de buscar las mejores
oportunidades, quedando el resto imposibilitado para desplazarse libremente por
el mundo tras mejores condiciones de vida y trabajo, si no es como turista. El
problema viene cuando el Estado debe hacerse cargo de las necesidades de los
habitantes, en especial cuando no son laboralmente útiles. El problema consiste
en que el Estado permanece a cargo de los desprotegidos del sistema, mientras
quienes profitan de éste procuran manejar al Estado para su propio beneficio.
El problema consiste en que se está generando un Estado cada vez más policial y
represor para proteger al gran capital.
La
democracia republicana y el capitalismo
La democracia es un régimen político que reconoce que
los individuos, si bien son partes de un todo como la sociedad civil
(que es heredera directa de la primitiva tribu y la antigua polis
griega), poseen derechos naturales (a la vida y la libertad) anteriores a
aquella por tener objetivos, como personas, que le son propios, que
la trascienden y que deben ser reconocidos por aquella misma sociedad civil y
por el ente regulador y dirigente (el Estado) que ésta erige soberanamente. El
Estado rige con plena potestad y autoridad sobre aquella parte de la
persona que se relaciona con la sociedad civil referente al bien común, la
convivencia, el orden y la paz social. Su relación con el neoliberalismo
es embarazosa. Es reiterativa aquella evaluación que señala que el problema
socio-económico más importante actual es la magnitud y el crecimiento de la
pobreza en una sociedad cuya burguesía es cada vez más rica y poderosa.
En efecto, el capitalismo engendra diferencias sociales
profundas al producir bolsones de gran miseria que quedan marginados del
sistema. Remunera al trabajo según una escala que en su extremo inferior cuenta
con una proporción significativa de cesantes y subempleados dispuestos a
cualquier salario y denigración para mejorar su precaria realidad. Sostiene a
través del esfuerzo de muchos la opulencia y el poder más inverosímil de pocos.
Crea riquezas que son despilfarradas en suntuosos lujos. Un régimen no puede
considerarse democrático cuando por proteger un derecho civil, como el derecho
de propiedad privada, viola derechos naturales (de mayor jerarquía), como los
derecho a la vida y la libertad.
Desde el punto de vista socio-político, al régimen
democrático le repugna que los individuos puedan ser considerados como
consumidores y la sociedad civil como un mercado. Un ciudadano no debe
suponerse a sí mismo sólo como un consumidor de productos que tiene derecho a
votar sus propios representantes que le proveen los bienes y servicios
apropiados, pues para eso paga impuestos. Por el contrario, si en una
democracia la misión de un representante es velar por el interés general,
entonces la misión política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en
el día de las elecciones, sino que su acción política se refiere a su
participación en la construcción de este interés general, siendo que éste
podría contradecir en ocasiones el interés particular del ciudadano en
cuestión.
Por su parte, el republicanismo critica al capitalismo
porque el capital privado tiende a acumularse y concentrarse de modo exagerado,
llegando la burguesía a adquirir un poder desmesurado que logra dominar y
someter al poder político. En este sentido el capitalismo es caracterizado por
dos aspectos. Uno es el carácter jurídico que establece la condición inviolable
de la propiedad privada del capital. El otro es de carácter de la ideología
individualista, y consiste en la disposición y el usufructo exclusivamente
individuales de la propiedad.
El aspecto jurídico del capitalismo surgió en
Inglaterra, cuando, por la influencia del individualismo de los siglos XVII y
XVIII, heredero del pensamiento centrado en el hombre iniciado en el
Renacimiento, se consagró el derecho de propiedad. Los agricultores medianos de
aquella época pretendían resguardarse de los privilegios y arbitrariedades de
los grandes propietarios de la nobleza y el alto clero. John Locke contribuyó a
dar al dominio jurídico los fundamentos filosóficos y éticos. Uno de sus
racionamientos básicos, que pretende demostrar que la propiedad privada
pertenece al derecho natural, es la afirmación de que el producto del esfuerzo
pertenece a quien lo realiza, en la suposición de que nadie podría
legítimamente apropiarse de ese producto. Dicho producto pasaría a ser
propiedad de quien puso el esfuerzo en producirlo, pudiendo disponer de aquél
como estimase conveniente. La realidad es que esta tesis santifica únicamente a
quien posee las riquezas y establece que la finalidad del Estado es preservar
la propiedad privada. Lógicamente, este principio está muy acorde con la
ideología burguesa, interesada por sobre todo en defender los privilegios de su
clase social. Al parecer, Locke, en contra de su natural sensatez, escribía
para sus aduladores burgueses. Él nunca sospechó que el derecho de propiedad
que proponía como derecho natural, junto con el derecho a la vida y el derecho
a la libertad, es el débil respaldo jurídico y ético de la propiedad privada
sobre el capital y que iba amparar a los capitalistas industriales del siglo
siguiente y el gran capital de los siglos posteriores.
Por el contrario, J. J. Rousseau (1712-1778) había
afirmado que el derecho a la propiedad no proviene de la ley natural, tal como
los derechos a la vida y la libertad, sino que siguió al hecho de la toma de
posesión cuando decía con cierto cinismo: “el primer hombre que, después de
proclamar «esto es mío» y encontró gente lo suficientemente simple como para
creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Se puede concluir que
la sociedad civil, investida de tanto poder podría sin duda dar vuelta este
argumento para apropiarse de esta propiedad y legitimar además esa acción en
función de la equidad y el bien común. En efecto, es la sociedad civil la que
otorga al individuo derechos para poseer y no una supuesta ley natural.
El derecho de propiedad, que surgió de vincular la
posesión de tierras e implementos de trabajo con quien la trabaja y de
identificar el producto del trabajo con el derecho a poseerlo, ha sido
defendido con todo el imperio de la ley, aún cuando es sabido que su
acumulación proviene, cuando no del robo, de la audacia, la habilidad
financiera y la fortuna de estar en el lugar y el tiempo oportuno. La historia
nos enseña que quienes poseen el capital, los burgueses, adquieren, por el
mismo hecho de poseerlo, un poder político correlativo tan poderoso que pocas
dificultades han tenido para legitimar y hacer valer el derecho de propiedad
privada, y quienes han querido oponerse a este dictamen han sido violentamente
eliminados mediante guerras, gobiernos autoritarios y la misma ley. Ocurre que
en una sociedad capitalista, las instituciones políticas han tenido que
adaptarse al imperio del capital privado. Harold J. Laski (1893-1950) ya señaló
en Reflections on the Revolution of Our
Time, 1933, que, considerando que el Estado pertenece a los poseedores del
poder económico, las reformas alcanzan al límite que las clases acaudaladas
consentirían sin llegar a las armas. Así las cosas, resulta muy difícil
defender las prerrogativas de la república frente al poder de la burguesía,
como históricamente está demostrado.
La
economía de mercado
No debemos confundir la economía de mercado con la
economía capitalista. Esto que parece de Perogrullo es normalmente olvidado,
pero es decisivo para comprender la economía contemporánea. Las funciones de
ambas son muy distintas y pertenecen a escalas diferentes. La función de la
economía de mercado es determinar el valor de las mercancías y, a través del
precio que adquieren en el mercado, conocer su relativa demanda u oferta, lo
que sirve para señalar la dirección del desplazamiento de la economía y principalmente
de la producción. Por el contrario, la función de la economía capitalista es
justamente controlar dicho desplazamiento a través del predominio del capital
privado, el que persigue la maximización del beneficio. La fuerza de ambos
tipos de economías es ciega, a pesar de tener en su origen la intencionalidad
humana individual, pues responde a distintas reglas de juego convenidas
socialmente. Estructuralmente hablando, la economía de mercado es un simple
pero eficiente mecanismo de intercambio de mercancías y servicios que entrega
información sobre precios para una adecuada asignación de recursos. Por su
parte, en la economía capitalista el capital privado predomina por sobre los
demás factores de la producción económica para explotar aquellos recursos que
otorguen el mayor beneficio posible a su poseedor.
De ahí que la economía de mercado sea avasallada por la
economía capitalista. Ello es posible a causa del enorme poder que adquiere el
capital al poseer la capacidad para determinar los modos de los otros factores
de producción y de manejar además la voluntad del consumidor a través de la
inversión en publicidad y en ideologías que le favorecen. La publicidad es una
inversión de capital que procura revertir la natural relación causal que se
produce cuando una necesidad induce la producción de un bien o de un servicio
que la satisfaga; incluso llega a imponer la moda, o mejor dicho, la ética de
su consumo indicando cómo, dónde, cuándo, hasta cuándo y en qué cantidad es
permitido consumirlo.
La relación del capitalismo con la economía de mercado
es que se cree que la iniciativa privada se desarrolla mejor sin la
interferencia del Estado, suponiendo que la iniciativa privada –esto es, la
iniciativa de los capitalistas dónde invertir– es un valor superior y absoluto.
En esta concepción el interés general ya no aparece como efecto de una acción
políticamente concertada, sino como efecto de la acción en el mercado de una
multiplicidad de individuos que buscan su propio interés. La riqueza deja de
tener un sentido social y se transforma en una posesión individual para ser
utilizada por su poseedor y dar rienda suelta a todas sus ambiciones y sueños
de poder, con la mínima coerción social y política posible.
La economía capitalista utiliza la economía de mercado
para sus propios fines. Al determinar dónde, cómo, cuando y cuanto invertir
influye decisivamente en las remuneraciones, los productos y hasta en sus
precios. En la economía de mercado el capital consigue un poder tan
extraordinario que la modifica hasta el punto de estructurar monopolios y
cárteles para manipular la libre competencia. La subordinación que la economía
capitalista efectúa sobre la economía de mercado, que está en la base de las
polémicas económicas, subsistirá mientras se perpetúe el reconocimiento del
derecho absoluto de propiedad de capital privado y existan recursos que
explotar y ambiciones que satisfacer. Así las cosas, resulta de la mayor
ingenuidad pretender que el mercado es libre porque legalmente se penaliza el
monopolio.
La
eficiencia
Se asevera que el capital privado es más eficiente que
otro tipo de propiedad de capital, lo que algunos explican por el antiguo
proverbio “al ojo del amo engorda el caballo”. Pero esta afirmación es en
realidad equívoca. Lo que efectivamente explica este adagio es que el amo, en
procura de engordar al caballo, está dispuesto a utilizar cualquier recurso,
aunque sea mucho más eficiente empleado en otras finalidades, o aunque sea
éticamente reprobable.
Desde el punto de vista social, el capitalismo aparece
como un sistema verdaderamente ineficiente en la utilización de recursos. A
pesar de utilizarlos hasta el derroche, el capitalismo no ha logrado solucionar
el problema económico fundamental que es el pleno empleo y la satisfacción de
las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud, educación y
entretenimiento para toda la población, mientras genera una enorme inequidad en
la repartición de las riquezas. Asimismo, el capitalismo no es eficiente en la
preservación del medio ambiente. Por la necesidad del capital de invertir,
presiona sobre el débil entramado de la naturaleza en busca de cada vez mayores
beneficios, agotando los recursos naturales y contaminando el medio ambiente.
Ciertamente, este mal también se puede hacer extensivo a economías centralmente
planificadas que por mantenerse vigentes y en antagonismo con el capitalismo
han devastado el medio ambiente de manera similar o peor.
Igualmente, se ha construido el mito de la eficiencia
de la libre empresa. Este mito es sustentado por el deseo de algunos de ejercer
el poder sin traba alguna, y en la libre empresa el propietario corrientemente
disfruta el ejercicio del poder como Lenin jamás lo pudo soñar, aunque la
eficiencia deje mucho que desear. La libre empresa está más preocupada por
mantenerse en el mercado que por producir bienes y servicios que tengan
verdadera utilidad y que hayan sido producidos empleando concienzudamente los
recursos. En realidad, si existiera un mecanismo asignador ideal que no fuera
avasallado por el poder del capital, se podría satisfacer con los mismos
recursos económicos existentes las necesidades de todos los seres humanos del
mundo y sin deteriorar el medio ambiente.
Si se analizara cuál es verdaderamente la fuerza que
impulsa una empresa a ser más eficiente, crecer y desarrollarse, conquistar
mercados e innovar, veríamos que no está en la decisión del capitalista para
invertir o no en dicha empresa. La perspectiva que tiene el capitalista, que
determina si invierte o no, es si la empresa en cuestión tiene capacidad para
generar utilidades que aseguren el interés que busca y acreciente su capital.
La verdadera fuerza detrás de la empresa está en la calidad de su gestión, en
su espíritu innovador y productivo y en la demanda real que exista por lo que
produce. En otras palabras, esta fuerza no proviene de quien sea su
propietario. Todas estas condiciones levantan las preguntas, ¿por qué se
privilegia entonces al capital?, ¿por qué debe existir exclusivamente capital
privado y no también capital estatal?, ¿cuál es entonces el mérito del
capitalismo para que lo aceptemos con tanta obsecuencia?, ¿no será que los
capitalistas nos han hecho creer que son nuestros salvadores?
No se puede dejar de indicar que el capitalista y el
empresario, que para Marx eran la misma persona explotadora, se disociaron hace
tiempo. El nuevo capitalista comprendió que no necesita correr los riesgos del
empresario, permitiendo que sea el sistema financiero el que califique el
riesgo de la inversión. En cambio, es el empresario quien debe correr el riesgo
anteriormente reservado al capitalista. Mientras el empresario debe sufrir el
estrés por el éxito o el fracaso de su empresa, la inversión hecha por el
capitalista ha sido debidamente garantizada. No es una casualidad que la banca
encabece la lista de los sectores económicos con mayores utilidades anuales.
La
inequitativa relación trabajo-capital
Considerando el trabajo en la perspectiva del
capitalismo, las riquezas no pertenecen necesariamente a quien interviene directamente
con el propio esfuerzo en su producción, como Locke y Smith hubieran supuesto,
y quien ni siquiera posee el poder de su propia fuerza muscular arriesga no
poder satisfacer incluso sus necesidades elementales de supervivencia. Para el
capitalismo, las funciones del trabajo no son precisamente la identificación
afectiva del trabajador con su actividad laboral, ni su asociación con otros
seres humanos a través de su actividad. Tampoco es su dignificación mediante su
trabajo, ni el gozo intenso que le puede producir desempeñar una actividad útil
y apreciar su producto. Puesto que estas valoraciones, propias de las antiguas
artesanías, no maximizan el beneficio del capital, no les son útiles. En
cambio, lo que el capitalista ve en el trabajo es un desmesurado salario a
cambio de ineficiencia y poca productividad del trabajador.
Algunos capitalistas se enorgullecen imaginando que son
benefactores sociales cuando suponen que dan trabajo. Esta idea sería verdadera
si el capital tuviera un origen extra-social y su posesión fuera por derecho
natural. Sin embargo, el derecho de posesión lo otorga la misma sociedad a la
que también pertenecen los trabajadores y que tiene por finalidad el interés
general.
La causa profunda de la desigualdad social es que en el
medio económico del libre mercado el trabajo naturalmente abunda, mientras el
capital es siempre escaso. Entonces, en el mercado se produce una sobreoferta
de trabajo al tiempo que existe una sobre demanda por capital, de modo que la
participación de los beneficios de la actividad económica resulta bastante
desigual y muy poco equitativa, siendo la participación del beneficio en
cualquier emprendimiento productivo mucho mayor para quien posee el capital.
Este factor es más desequilibrante cuando el trabajo no es calificado y el
capital es intensivo en tecnología. De hecho, el trabajo debe ser efectuado a
cualquier precio, pues quien lo ejecuta está forzado primeramente a sobrevivir.
En cambio, el capital, que está siempre en gran demanda, es cómodamente
invertido en la actividad que ofrezca el mayor beneficio dable y en el menor plazo
posible, al tiempo de obtener la garantía que podrá ser recuperado. Incluso si
la calidad del trabajo mejorara en cuanto una mayor productividad del trabajo
como resultado de una mayor capacitación, disciplina y dedicación, y si estas
características pertenecieran en forma generalizada a toda la fuerza laboral,
el nivel de remuneraciones se mantendría necesariamente baja, lo suficiente
para permitir que los trabajadores sostuvieran dicha calidad que está en
relación directa con la productividad general.
El capitalismo, que busca la maximización de
beneficios, logra conseguir automáticamente una cierta tasa de desempleo a
través de intensificar la inversión en bienes de capital y/o desarrollar
tecnologías sustitutivas de mano de obra y, por tanto, de mayor oferta de
trabajo, lo que se traduce en miseria para los cesantes y pobreza para una
mayoría de trabajadores. En su búsqueda por disminuir los costos en mano de
obra el capitalismo no ha dudado históricamente en invertir en regiones de
abundancia de mano de obra, explotar mano de obra infantil, incorporar la mujer
al trabajo, extender el horario de trabajo hasta límites insostenibles.
La
tecnología
El capital puede ser invertido en bienes de capital,
materias primas y trabajo, y generar, por lo tanto, mayor cantidad de
productos. También puede ser invertido, desde luego, en tecnología apropiada ―
específicamente, en investigación y desarrollo tecnológico ― la que pasará a
formar parte de las exclusividades de una empresa particular. Una nueva tecnología
puede generar mayor expansión económica al conseguir los recursos y su
transformación en producto con menor costo, optimizando el beneficio.
La acumulación de capital ha traído aparejado el
desarrollo tecnológico. La tecnología, que consiste en extensiones
extremadamente eficientes del cuerpo humano para dominar mejor a la naturaleza,
no es otra cosa que el reemplazo más efectivo y económico de su esfuerzo, tanto
intelectual como físico. Puesto que lo que obtiene son máquinas, productos,
procesos y materiales para extraer recursos y acelerar y abaratar el trabajo,
es también una forma de acumulación y concentración de capital.
La tecnología es inversión de capital y sigue los
propósitos de éste: el beneficio privado. El capital puede ser invertido en
tecnología con un doble propósito: explotar mejor la naturaleza y reducir los
costos en trabajo. Una nueva tecnología puede optimizar el beneficio del
capital al conseguir productos más competitivos. El crecimiento económico es
principalmente fruto de la tecnología. Puesto que la tecnología crece en forma
exponencial, el crecimiento económico es también exponencial. En realidad, como
se ha podido comprobar con fuerza desde al menos la Revolución industrial,
la combinación de capital y tecnología produce una aceleración del desarrollo
económico semejante a la aceleración de la reacción nuclear de una pila
atómica, donde la adición de material radiactivo acelera el número de
reacciones hasta un punto que sobrepasa el límite de la auto-sustentación.
Siguiendo esta analogía, podríamos suponer que, pasado
ese punto, se debe cuidar no llegar a juntar mayor cantidad de material que
supere lo que se denomina masa crítica, para que la reacción no se acelere
tanto que llegue al punto de explosión. El problema de nuestros tiempos es el
producido por los límites naturales impuestos a un desarrollo económico basado
en el desarrollo tecnológico. También esta analogía es descriptiva en otra
materia, la de desechos nucleares. Toda actividad económica tiene un cierto impacto
en el medio ambiente, el que se intensifica y se prolonga en el tiempo con un
desarrollo mayor.
La tecnología puede desarrollarse en diferentes
direcciones, magnitudes e intensidades. Mientras ello implique ejercicio de
fuerza, su desarrollo seguirá por las direcciones y alcanzará las intensidades
y magnitudes que logren aportar mayores beneficios a quienes la poseen,
independientemente de las alternativas que puedan resultar más beneficiosas
para los más necesitados o para los distintos ecosistemas, y para la biosfera
en general. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se
cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta a los problemas más vitales
de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como la indigencia, la
ignorancia, la falta de libertad.
Por lo anterior la tecnología no es una fuerza ni
económica ni socialmente neutra. Ciertamente, quien posee tecnología está en
condiciones económicas más favorables, y quien dispone de la tecnología de
punta está en posición aún más ventajosa. No en vano el acceso a una buena
educación, que es inversión de capital en conocimiento tecnológico, es en la
actualidad tan codiciado, no importando que las exigencias sean cada vez
mayores. La demanda por la educación en tecnologías es directamente
proporcional al desarrollo tecnológico y a la complejidad que éste trae
consigo.
La tecnología es un factor de la producción puesto en
cómo maximizar y explotar óptimamente los recursos económicos. Es conocimiento
acumulado, a menudo celosamente guardado. Es capital invertido en costosa
investigación, innovación y desarrollo. Es propiedad de alguien que busca
beneficiarse. Vemos entonces que el desarrollo y crecimiento económico es
principalmente fruto de la tecnología. Ésta es un recurso puesto en cómo
maximizar y explotar óptimamente los demás recursos económicos. Es una poderosa
fuerza que tiene decisivos y profundos efectos sobre la estructura social y
económica. Mientras mayor sea la fuerza, como resultado de la combinación del
capital y la tecnología, tanto mayor será el poder capaz de ser ejercido sobre
la naturaleza y principalmente sobre la misma sociedad.
Un producto es competitivo siempre que tenga ventajas
comparativas. Y lo que en nuestro mundo altamente tecnológico permite que un producto
las tenga es principalmente una tecnología exclusiva. Una tecnología no
exclusiva no hace que el producto posea una ventaja comparativa. No basta con
copiar tecnologías por todos conocidas para conseguir un producto aún más
competitivo. Si una empresa no usa la tecnología de punta, simplemente no podrá
estar en el mercado; pero si esta tecnología de punta es además exclusiva, es
decir, que sólo dicha empresa la pueda utilizar por poseer derechos sobre
aquella, será comparativamente muy ventajosa. La exclusividad la otorga una
patente de invención y, consecuentemente, se trata de un privilegio que
destruye el libre mercado al conformar un monopolio. Ciertamente, este
privilegio es la compensación por el capital invertido en investigación y
desarrollo que pocas veces consigue el pleno éxito.
El origen de la alta tecnología se puede trazar a las
potencias económicas y militares, las que han perseguido el poder hasta la
misma hegemonía geopolítica. Buscando el prestigio internacional y la
superioridad bélica, no han reparado en gastos para desarrollar hasta las
complejas tecnologías que les permite otorgar el poder militar incontestable y
evitar ―con un cierto sentido de paranoia― cualquier amenaza contra su
seguridad nacional. Sin duda, todos reconocen no sólo que la superioridad
bélica está al servicio de los esfuerzos hegemónicos de las potencias para
dominar los mercados, sino que también el costo para erigir estos gigantescos
establecimientos militares se paga largamente con los beneficios de dominar de
hecho los mercados.
Las poderosas instituciones estatales aeroespaciales y
de defensa, financiadas con el aporte ciudadano, costean empresas privadas para
desarrollar productos de sofisticada tecnología para uso bélico. Con el tiempo,
en la medida que los costos de los productos se reducen a causa de un mayor
desarrollo, las aplicaciones civiles aumentan en áreas como la cibernética, las
comunicaciones, la aviónica y muchas más. Las empresas se fortalecen con una
tecnología exclusiva y un producto muy competitivo y de gran demanda, dominando
el mercado internacional y enriqueciendo de paso la nación donde están
establecidas.
La antigua educación universitaria, en el sentido
literal de conocimiento universal por el saber, ha quedado obsoleta, pues era impartida
a ciertos grupos más o menos aristocráticas, los que debían ocupar su ocio en
cuestiones dignificantes. En cambio, una sociedad tecnológica requiere
especialistas. La educación universitaria actual, que no pretende ser
literalmente universitaria en el sentido de conocimiento universal, sino
educación superior, ha quedado en manos de institutos profesionales altamente
especializados que en rigor no deberían llamarse “universidades”. Una educación
acerca del conocimiento de los diversos aspectos del universo es demasiado
onerosa para las legiones de estudiantes que buscan una profesión o un oficio
que les permita valerse económicamente y sobrevivir en nuestro mundo tan
poblado y competitivo. Pero sería una tragedia cultural negarles el
conocimiento universal.
La tecnología en combinación con el capital privado
tiene básicamente como efecto el consumismo y el despilfarro de una minoría, la
expoliación de los recursos naturales, una explosión demográfica generadora de
seres humanos condenados a la miseria y la concentración de poder en manos de
unos pocos. Se puede comprender entonces que la tecnología, en la cual se
cifraron tantas esperanzas, no pueda dar respuesta en forma directa a los
problemas más vitales de una mayoría cada vez más grande de la humanidad, como
la indigencia, la ignorancia, la falta de libertad.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum10e.blogspot.com/, corresponde al Capítulo 5, “La economía
capitalista”, del Libro X, El dominio
sobre la naturaleza (ref. http://unihum9.blogspot.com/).